Ciencia y Rosacruz
sábado, 3 de noviembre de 2018
LA EVOLUCIÓN DE LAS ESPECIES
Una visión espiritual sobre la teoría de Darwin
Introducción
En
el ámbito de la biología, evolución es el proceso de cambios o transformaciones
que, a lo largo del tiempo, ha originado la diversidad de formas de vida que
existen sobre la Tierra, a partir de un antepasado común. Parece que esta
teoría es ampliamente aceptada hoy en día, en el Siglo XXI.
No
obstante, la última encuesta realizada en Estados Unidos, a principios de 2018,
revela que ya sólo el 35% de los habitantes rechaza la teoría de la evolución
de las especies y sigue aceptando las teorías creacionistas, basadas en los
textos sagrados, según las cuales todos los seres vivos fueron creados por un
ser superior tal como los conocemos en la actualidad.
Puede
parecer increíble, pero este porcentaje ha disminuido bastante en los últimos
años.
La
misma comunidad científica estadounidense desarrolló una nueva teoría llamada
“El diseño inteligente”, avalada por el “Discovery Institut”, de Estados
Unidos, según la cual se acepta la evolución como un hecho demostrado, pero una
evolución dirigida por el Creador.
Y
es que pensar que todas las especies existentes actualmente en la Tierra, hayan
aparecido gracias a cambios favorables producidos al azar, como propuso Darwin
en su momento, es también igual de increíble.
Objetivos
Por
ello, nuestra intención, desde el punto de vista de la Escuela Espiritual de la
Rosacruz Áurea, es intentar llegar a la esencia de ambas posturas, la Ciencia y
la Religión, y si es posible llegar a una Teoría que abarque a ambas.
No
es nuestra intención adentrarnos en la teoría del Diseño Inteligente, que
consideramos un “creacionismo enmascarado”, sino dar un paso adelante y aportar
elementos que puedan explicar el hecho evolutivo desde una óptica más amplia
que la puramente material, sin obviar esta misma.
Método
Para
ello vamos a intentar adentrarnos en las diferentes teorías evolutivas y
aportar experiencias que desde el propio mundo de la ciencia avalan nuevos
datos. Con ello podremos avanzar un paso más en las teorías evolucionistas
dándoles una dimensión más espiritual y englobando, con ello, al escepticismo
que los creacionistas han manifestado.
Nuestro
objetivo, digámoslo claramente desde el inicio de la exposición, es avalar los
pensamientos de Lamarck cuando expresó que “la función crea el órgano”.
Exposición
Es
interesante saber, antes de profundizar en el asunto, que Darwin llegó a las
conclusiones de su teoría cuando era joven y se enroló en el Beagle, un barco
destinado a dibujar la costa americana para los navegantes, pero que no publicó
su teoría hasta 25 años después.
¿Por
qué le costó tanto a Darwin decidirse?
¿Por
qué necesitó recopilar el máximo de pruebas posibles antes de publicar su
teoría?
Es
más, ante la indecisión de publicar, otro científico, Alfred Wallace, que llegó
a las mismas conclusiones, le animó a que publicaran juntos la teoría del
“Origen de las especies”.
Y
es que Darwin era un hombre religioso, creyente, y se resistía ante la
evidencia de que su teoría contradecía los textos bíblicos.
Por
ello, el propio Darwin tenía dudas y contradicciones y las manifestaba. Había
elementos, situaciones, casos que no coincidían con su teoría y no se atrevía a
dar el paso.
Definamos
qué dice la teoría evolucionista tal como la enunció Darwin para ir entrando en
materia.
Las
diferentes especies cambian su forma física con el tiempo hasta formar nuevas
especies. Estos cambios son graduales. Es decir, y por seguir un ejemplo muy
utilizado, cuando las jirafas con cuello pequeño (quizás parecidas a los
caballos o a las cebras) no llegaban a las hojas de los árboles de las que se
alimentaban, aparecían ejemplares con un cuello un poco más largo. Y poco a
poco iban apareciendo nuevos individuos mejor “adaptados” a las condiciones
necesarias para alimentarse: “llegar a las hojas de los árboles”. Y así, poco a
poco, de manera gradual, aparecían las jirafas en escena en un mundo en el que
nunca antes habían existido las jirafas.
Es
más, como el antecesor de la jirafa ya no existía, encontramos fósiles de
animales del pasado que ya no existen en la actualidad.
Pero,
la pregunta crucial, que siguen haciéndose los científicos es:
¿Cuál
es el motor que ha movido la evolución?
¿Qué
ha hecho posible que las jirafas estiraran su cuello?
Seguro
que muchos de los lectores estarán pensando en este momento una evidencia
clara: “la necesidad”.
La
necesidad de tener el cuello largo hizo que las jirafas estiraran su cuello y
alcanzaran las hojas. Y además, estas jirafas que estiraron su cuello tuvieron
descendientes con cuello largo.
¡Pero
no!
Esta
no es la solución que aportó Darwin.
Esta
solución que nos parece tan evidente y que muchos de nosotros y una gran parte
de los científicos seguimos utilizando en el lenguaje coloquial, fue propuesta
por Jean Baptiste de Lamarck en el año 1809, es decir, 50 años antes que
Darwin.
Efectivamente,
Lamarck lanzó la teoría de que las especies cambiaban con el tiempo y el motor
que las empujaba a cambiar era la necesidad de adaptarse a las nuevas
condiciones ambientales. Pero esta teoría no prosperó y es justamente la que
queremos retomar.
Pero
antes de ello, profundicemos en cómo las teorías darwinistas, actualmente las
más aceptadas, llegaron a sus conclusiones.
El
abuelo de Darwin creía en estas teorías evolucionistas postuladas por Lamarck y
seguramente influyó en el joven Darwin a tener una mente más abierta y a buscar
respuestas a las preguntas que flotaban en el ambiente y que no tenían
solución.
Al
oír hablar de evolución, rápidamente asociamos esta palabra con el nieto de
Erasmus Darwin, es decir, Charles Darwin
(naturalista inglés, 1809-1882) y su Teoría
sobre la Selección natural.
Su
reconocimiento no es tanto por lanzar la teoría de la evolución, que ya hacía
años que se hablaba de ella, sino debido a que acumuló una cantidad importante
de evidencias en apoyo de esta teoría. Pero ni siquiera él acuñó el término evolución, el cual fue utilizado, por
primera vez, por el biólogo y filósofo suizo Charles Bonnet (1720-1793) en su
obra Consideraciones sobre los cuerpos
organizados, publicada en 1762.
El
trabajo de Darwin ejerció una influencia decisiva sobre las diferentes disciplinas
científicas y sentó las bases para la construcción de la biología como ciencia.
También
influyó en nuestra manera de percibir al mundo y al hombre (Revolución
Industrial, finales del siglo XVIII y principios del XIX). Probablemente, sea
una de las revoluciones científicas que más efecto ha tenido sobre la cultura
humana. Con la posible excepción de la teoría heliocéntrica postulada en el
siglo XVI por Nicolás Copérnico (De Revolutionibus Orbium Coelestium), y apoyada por las
observaciones telescópicas de Galileo Galilei, en el XVII.
Pues
bien, basado en las observaciones de los pinzones de las islas Galápagos, que
tenían pequeños cambios morfológicos muy evidentes según el tipo de
alimentación, y observando también las tortugas con diferentes tipos de
caparazón y tamaño del cuello, todas ellas con un antepasado común evidente,
buscó la explicación a cómo era posible que se produjeran esos cambios si no
era por la necesidad.
Y
la solución la encontró en un libro de economía escrito por Maltus, según el
cual, cuando nacen más individuos que comida disponible, muchos mueren y,
evidentemente, morirán los más débiles, los que tengan menos posibilidades de
conseguir el alimento.
Por
otra parte, pensó en cómo los seres humanos hemos cultivado especies vegetales,
como el trigo, o la cebada, seleccionando siempre los mejores granos y
desechando los peores, de manera que los nuevos cultivos eran cada vez más
productivos. Igualmente se ha hecho con el ganado.
A
este método de seleccionar los mejores ejemplares lo llamamos “selección
artificial” realizada por los humanos.
Con
todo ello, Darwin confeccionó su teoría de la evolución, siendo el motor lo que
llamó la “selección natural” basada en tres principios.
1-
En cada generación nacen más individuos que los que pueden sobrevivir,
según las condiciones de alimentación accesible o bien según los depredadores
que se alimentan de ellos.
2-
Los individuos que nacen, nunca son todos iguales sino que siempre
presentan algunas diferencias unos respecto de otros.
3-
Sólo los más fuertes, o los mejor adaptados a las condiciones de vida,
sobrevivirán y solo ellos conseguirán reproducirse, por lo que la especie irá
cambiando poco a poco su morfología.
Esta
teoría coincidía totalmente con sus observaciones y con las numerosas pruebas
que aportó. Al llegar los pájaros o las tortugas a las islas, con unas
condiciones totalmente nuevas y separados de sus progenitores del continente,
empezaron a experimentar cambios que a lo largo del tiempo condujeron a la
aparición de nuevas especies.
La
pregunta ahora era, ¿cómo aparecían los cambios en las especies si no era por
necesidad?
La
respuesta fue: “por azar”. Y se sigue pensando que es así.
La
aceptación de esta teoría costó mucho en una sociedad religiosa. Especialmente
cuando en su segunda publicación, “El origen del hombre”, Darwin se atrevió a
sugerir que quizás los seres humanos procedemos de unos antecesores comunes
parecidos a los actuales gorilas y no de Adán y Eva.
La
explicación al enigma sobre cómo se producía la variación la aportó ya en el
siglo XX la genética. Pues la información de las formas de los distintos seres
vivos está contenida en el núcleo de las células, concretamente en una molécula
conocida como ADN, que conforma lo que llamamos “genes”. Los genes contienen la
información para que las células fabriquen las proteínas que configuran las
formas de los seres vivos. Y estos genes están sometidos a continuas mutaciones
o cambios que provocarán, al azar, un cambio consecuente en las proteínas y por
tanto en las formas de los seres vivos.
Con
esto, y con una sociedad con una apertura mayor en el siglo XX, quedó zanjado
el tema con la teoría que ha venido en llamarse “Teoría neodarwinista o teoría
sintética”, pues lo que hace es explicar la teoría de Darwin en base a la
genética.
Recopilemos
las ideas explicadas y démosles un orden cronológico. Realicemos un viaje fugaz
por la historia del pensamiento evolutivo occidental.
Nuestro
itinerario comienza, como es lógico, en la Grecia Antigua, con los filósofos Anaximandro de Mileto (611-547 a.C,
siglo VI.), discípulo y continuador de Tales, y Aristóteles (384-322 a.C., siglo IV), discípulo de Platón.
Permítannos
un pequeño inciso para comentar que estos filósofos griegos fueron iniciados en
el antiguo Egipto de donde parece que emana gran parte del pensamiento
occidental.
Anaximandro tenía una concepción del
mundo biológico en la que el origen y la transformación de las especies eran el
resultado de procesos naturales: todas las cosas vivas se encuentran
relacionadas y éstas cambian en el transcurso del tiempo.
Anaximandro pensaba que el principio de
todas las cosas era el Áperion -lo
indeterminado, lo infinito- que concebía como una fuente inagotable de energía
que genera todas las cosas existentes, las une y las transforma unas en otras,
y a la cual todas retornan, según un ciclo necesario.
“El principio
de todas las cosas es lo indeterminado, Áperion. Ahora bien, allí mismo donde
hay generación para las cosas, allí se produce también la destrucción, según la
necesidad; en efecto, pagan las culpas unas a otras y la reparación de la
injusticia, según el orden del tiempo.”
Afirmaba que las primeras especies animales de las
que han ido derivando las demás, entre ellas el hombre deriva de los peces,
surgieron del elemento húmedo calentado por el Sol. Decía que: “las criaturas vivas surgieron del elemento
húmedo al ser evaporado por el Sol”.
Sin embargo, estas ideas eran en gran medida
desconocidas en Europa en el siglo XIX, momento en el que se forjó la teoría
sobre la evolución.
Más de un siglo después, Aristóteles -quien puede considerarse el primer gran naturalista-
propuso que el orden natural era eterno y que los seres vivos eran entidades
perfectas e inmutables que podían ser ordenados en una jerarquía
ascendente, conocida como Scala Naturae o
Escalera de la Naturaleza. En ella, las criaturas más simples ocupan el peldaño
más bajo, el hombre el más alto y todos los demás organismos ocupaban los
lugares adecuados entre ambos.
Hasta finales del siglo XVIII, muchos naturalistas
consideraban que todos los seres vivos eran producto de un único acto de
creación (creación espacial), de
acuerdo a las enseñanzas del primer libro del Antiguo Testamento, Génesis, y
que la Scala Naturae de Aristóteles
representaba el orden natural.
Aquí vemos ya el conflicto entre evolucionismo y
creacionismo.
Y, en ese mismo siglo, la teoría del geólogo James
Hutton (1726-1797) sobre la Historia de
la Tierra (teoría del Uniformismo,
1788) preparó el camino para la teoría de la evolución.
El naturalista francés Jean Baptiste de Monet, caballero de Lamarck (1744-1829) fue el
primer científico moderno en elaborar, un conjunto de teorías explicativas de
la evolución.
En 1809, en su libro Filosofía zoológica, propuso el principio de transformación gradual
de las especies. Según Lamarck, esta progresión (o evolución para utilizar el
término más moderno) depende de dos fuerzas principales:
·
La primera, la Herencia
de los caracteres adquiridos. Los órganos se hacen más fuertes o débiles,
por su uso o desuso, respectivamente, y estos caracteres adquiridos se
transmiten a la descendencia. Su ejemplo más famoso es el del cuello de la
jirafa ya mencionado.
·
La segunda, un sentimiento
interior: un esfuerzo inconsciente
que impulsaba a cada criatura viva hacia un grado de complejidad mayor. Con
Lamarck, la escalera natural de Aristóteles se había transformado en lo que
describiríamos como una suerte de escalera mecánica, que ascendía
constantemente impulsada por una voluntad
universal.
Con esta teoría, quedó cada vez más evidente, para
todos, que los seres vivos cambian con el tiempo. No son formas fijas.
Pero la sociedad de la época no estaba preparada
para entender esta teoría y fue duramente criticada y ridiculizada.
Como ya hemos explicado al principio de este
artículo, a mediados del siglo XIX, Charles Darwin (1809-1882) y Alfred Russell
Wallace (1823-1913), dos naturalistas ingleses, llegan a la conclusión de forma
independiente de que el motor de la evolución
había sido la selección natural. Argumentando, además, un origen común de
las especies.
En 1858, presentan conjuntamente sus ideas sobre la Evolución por Selección natural en la Sociedad Linneana de Londres, en un
artículo titulado: “Sobre la tendencia de
las especies a crear variedades, así como la perpetuación de las variedades y
de las especies por medio de la selección natural”. Presentación que no
recibió demasiada atención. Pues ni Darwin ni Wallace pudieron explicar cómo
ocurría la evolución, ni cómo pasaban las variaciones de una generación a otra.
¿Qué ocurrió después de Darwin y Wallace?
Con el redescubrimiento de las Leyes de la Herencia de Gregor Mendel, en 1900, la genética
proporcionó algunas de las respuestas a ciertos elementos que, el propio Darwin
señalaba en su publicación El Origen de
las Especies como puntos flacos de su teoría.
Entre los años 1930 y 1940 surge la Teoría Sintética o Neodarwinismo que
sostiene que la evolución se produce por la variabilidad genética y la selección
natural. Los principales artífices fueron el genetista Theodoius Dobzhansky
(1900-1975), el zoológo Ernst Mayr (1904.2005) el paleontólogo George G.
Simpson (1902-1984) y el botánico George Ledyard Stebbins, todos ellos de los
Estados Unidos.
Con los avances de la ciencia en el último siglo,
dicha teoría que constituye la piedra angular de la biología moderna, continúo
desarrollándose y refinándose.
Mencionemos la Teoría
del Equilibrio Puntuado, también denominado Equilibrio interrumpido, propuesta en 1972, por los paleontólogos
estadounidenses Stephen Jay Gould y Niles Eldredge. Según esta teoría la
mayoría de los procesos evolutivos están compuestos por largos períodos de
estabilidad, interrumpidos por episodios cortos y poco frecuentes de saltos
cualitativos.
Este viaje termina con el modelo SyNaDe de la Macroevolución, propuesto
en 2011 por Ulrich Kutschura, fisiólogo alemán. Según esta teoría, la simbiogénesis (Teoría simbiótica de
Lynus Margulis), la selección natural
y la dinámica de la Tierra (tectónica
de placas) han sido y continúan siendo las fuerza claves de la macroevolución de nuestro planeta. La
macroevolución engloba procesos que afectan a grupos taxonómicos superiores, es
decir, explica el paso de reptiles a aves, o de reptiles a mamíferos,
difícilmente explicable por la teoría microevolucionista de Darwin, pues, ¿cómo
explicar a base de pequeños cambios favorables el paso de la dentadura de los
reptiles a la perfecta dentadura especializada de los mamíferos? Los cambios
intermedios de una a otra no serían viables y los individuos morirían por no
poder masticar adecuadamente. ¿O cómo podrían crecer las alas a un reptil de
manera gradual? Los pasos intermedios no serían viables, incluso molestos y no
prosperarían.
Pero todas estas últimas teorías no hacen más que
dar explicación a los puntos débiles de la teoría neodarwinista, que es la que
está totalmente aceptada. Así, la evolución biológica es definida por un
sistema de teorías que explican los diversos aspectos de este proceso que Darwin
y Wallace describieron en 1858.
La gran cantidad de evidencias acumuladas ha
convencido a los biólogos de que la Tierra tiene una larga y rica historia de
alrededor de 4600 millones de años y que se entrelaza con la historia de la
vida, a partir de su origen.
Parece claro que todos los organismos vivos
aparecieron en el curso de esa historia a partir de formas anteriores por azar,
con ayuda de la selección natural, sin la necesidad de un ser superior,
llamémosle Dios.
Pero, como ya hemos dicho en la introducción, ante
la complejidad y belleza de la vida, lo más lógico es pensar en un gran
diseñador. Y de ahí el resurgir de las teorías creacionistas.
Ciertamente, el organismo más simple, la primera
bacteria que supuestamente aparecería hace 3.800 millones de años, ya era mucho
más compleja que el más sofisticado de los relojes actuales.
Y es ridículo pensar que un reloj se arme a sí
mismo, espontáneamente, a base de ensayos y errores, por azar, ni siquiera
durante miles de millones de años. Un reloj presupone un relojero.
A finales de la década de 1980, la polémica
referente al origen de la vida y al origen del hombre se reavivó.
En 1989 se publicó el libro Acerca
de Pandas y Gentes (Of Panda and
People) cuya pretensión era corregir los errores y las debilidades de la
teoría evolutiva partiendo de un punto de vista no materialista. En este libro
se defiende la idea de una Inteligencia Superior que dirige la Evolución. A
partir de su publicación, un nuevo movimiento anti-evolucionista fue expandiendo
su influencia, dando lugar a una interpretación alternativa, a la que se
denominó Teoría del Diseño Inteligente que
presupone una Evolución constantemente dirigida por un Diseñador.
De igual modo que se requiere una inteligencia para
formular leyes humanas, que ordenan las sociedades, así también es necesaria
una inteligencia para establecer las complejas leyes que rigen el universo.
Aunque, como hemos dicho, esta última teoría ha sido
tachada de “Creacionismo enmascarado”, parece que está intentando irrumpir en
la sociedad científica, desde los movimientos cristianos conservadores,
especialmente de Estados Unidos.
Una visión espiritual
Pero nos gustaría adentrarnos en una nueva Teoría.
Una teoría sobre la evolución, partiendo de las ideas y las observaciones de
Darwin y los neodarwinistas, pero sin olvidar las aportaciones de Lamarck.
La evolución es un hecho demostrado.
La selección natural actúa irremediablemente
favoreciendo a los individuos mejor adaptados a las condiciones en las que
viven.
La variabilidad se debe a las mutaciones que sufren
las moléculas de ADN portadoras de la información acerca de cómo se forma cada
individuo.
Pero, ¿cómo es posible que a base de pruebas y
errores surjan individuos tan perfeccionados como los mamíferos, o las aves, o
la belleza de las plantas con flores, o la consciencia de los seres humanos?
¿Dónde está la pieza del puzle que nos falta?
¿Cuál ha sido el motor que ha movido la Evolución?
¿Qué propone la sabiduría espiritual de todos los
tiempos como solución al conflicto entre la Ciencia y la Religión?
Lancemos una nueva Teoría complementaria a la del
Neodarwinismo que explique cómo avanzó la evolución de manera tan rápida, pues
el azar no sólo no convence sino que ha quedado demostrado que es imposible.
Sir Fred Hoyle, reconocido cosmólogo y físico, calculó la probabilidad de
ese azar: "El que a partir de una única célula, a base de ensayos y
errores, aparezca un ser humano como lo conocemos, con su consciencia, equivale
a que un huracán entre en un desguace y que a su paso deje un avión montado,
como los que conocemos, capaz de volar". Ni siquiera en 3800 millones de
años sería posible.
Para
que un ciego, a base de ensayos y errores, es decir, por azar, sea capaz de
montar un cubo de Rubik, a razón de un movimiento por segundo, se necesitarían
tres veces la edad del Universo. Cálculo realizado y explicado por Fred Hoyle.
El biólogo Rupert Sheldrake ha desarrollado una
nueva idea, hablando y demostrando la existencia de los campos mórficos.
Un campo mórfico es como un patrón o estructura
energética que organiza la vida de los miembros de todas y cada una de las
especies existentes y que se encarga de “informar” a las células sobre cómo
deben disponerse para formar al individuo de cada especie, determinando los
movimientos, tendencias y comportamientos de todos los ejemplares de la misma.
El campo mórfico no se encuentra en los genes, sino
que se ubica en el exterior de cada individuo concreto. Es un campo energético,
depositario de la información esencial que permite que la vida se desarrolle.
Es lo que pone orden en la naturaleza.
Podemos afirmar que todos los seres vivos son, en
realidad, campos de energía. Campos de energía que contienen gran cantidad de
información.
Los genes, por sí solos, no definen el cuerpo
completo y sus funciones, sino solo las partes que lo componen, las proteínas
en su estructura primaria.
Tradicionalmente ha habido tres corrientes filosóficas sobre la naturaleza biológica de la vida: el
vitalismo, el mecanicismo y el organicismo u holismo.
Esta última niega que los fenómenos de la naturaleza puedan ser reducidos
exclusivamente a leyes físico-químicas, ya que éstas no pueden explicar la
totalidad del fenómeno vital.
Reconoce la existencia de sistemas jerárquicamente organizados con
propiedades que no se pueden comprender mediante el estudio de las partes
aisladas, sino en su totalidad e interdependencia.
En cada nivel, el todo es más que la suma de las partes.
Estudiando los componentes aislados de un reloj no explican el
funcionamiento del mismo. Cuando cada pieza está correctamente colocada en su
sitio, ejerciendo su función individual y le proporcionamos energía,
todo unido hace surgir una propiedad nueva, que es la función del reloj
completo, es decir, dar la hora.
Los campos mórficos actúan sobre la materia imponiendo patrones, de
manera que las posibles combinaciones resultantes del azar tienen una tendencia
determinada.
Los campos mórficos funcionan modificando la probabilidad de sucesos
puramente aleatorios. En vez de una gran aleatoriedad, de algún modo la
enfocan, de forma que ciertas cosas ocurren en vez de otras.
Siguiendo el ejemplo del ciego empeñado en montar el cubo de Rubik a
razón de un movimiento por segundo, si tras cada movimiento recibiera una
señal, un bip, que le indicara si el movimiento ha sido acertado o erróneo,
conseguiría todas las caras con sus colores en sólo un par de minutos.
De esta manera podríamos entender mejor la teoría de la evolución de
las especies.
Pues la evolución hacia formas más complejas se realizaría, no
exactamente al azar, sino gracias a un “Propósito” que marcaría las líneas
evolutivas hacia su mayor complejidad y perfección.
Pero, ¿de dónde viene ese “propósito”?
Esta teoría de los campos
mórficos no nos sorprenderá si pensamos en cómo se materializan nuestros
propios pensamientos.
Una persona tiene una idea,
un pensamiento que responde a una necesidad. Piensa en ello y empieza a
imaginar de qué manera darle forma a esa imagen de su pensamiento.
Así, cuando la imagen
alcanza una cierta madurez, la persona de nuestro ejemplo, comienza a pensar en
lo que necesitaría para convertir ese pensamiento en una realidad y va poniendo
energía a este proyecto de creación, dedicándole todo el esfuerzo y el tiempo
de ideación necesario para llevarlo a cabo.
Podemos ver cómo a cada
acción le precede un deseo y un pensamiento.
El deseo es el motor de
arranque, y el pensamiento constituye el plan para llevar al acto lo que empezó
como una necesidad.
Para que el acto, la
construcción, alcance el objetivo, es necesario que concuerde con el plan, con
el pensamiento del que surgió la imagen.
Es necesario que
pensamiento, deseo y voluntad, es decir cabeza, corazón y acción trabajen en
armonía, al unísono.
Pues bien, lo que Sheldrake
explica y demuestra científicamente como campos mórficos podría ser lo que la
filosofía espiritual siempre ha denominado con otros nombres.
Hace 5.000 años los sabios hindúes, aparte de los cuatro elementos (aire,
fuego, tierra y agua), definieron un quinto que los contiene a todos: akasa,
matriz de toda materia y fuerza del universo. Es la misma idea que utiliza el
biólogo Rupert Sheldrake para hablar del Campo mórfico. También Erwin Laszlo
habla del campo psíquico profundo. Y hoy en día, otros muchos científicos
trabajan con esta idea.
Erwin Laszlo dice que El campo akásico crea coherencia entre los distintos
campos (electromagnético, gravitatorio, nuclear, cuántico y el de Higgs) y
explica los misterios que las diversas ciencias compartimentadas no son capaces
de explicar, por ejemplo: no se entendía cómo organismos complejos y completamente
adaptados a su medio se transformaban en otras especies diferentes, capacidad
sin la cual todavía seríamos algas marinas.
Los neodarwinistas hablan de mutaciones
espontáneas, por azar.
Erwin Laszlo y otros científicos afirman que todo está autoorganizado, que el campo
akásico está implicado en la evolución del universo.
Recordemos el ejemplo de las jirafas:
-
Los
Lamarckistas dicen: Las jirafas han estirado el cuello porque necesitaban
estirarlo, para llegar a las hojas. Sus descendientes nacieron con el cuello
largo.
-
Los
Darwinistas dicen: Nacieron muchas jirafas, unas con cuellos más largos y otras
con cuellos cortos. Las que tenían cuellos cortos murieron sin tener
descendencia. Las que tenían cuellos largos prosperaron y sus descendientes
tenían cuellos largos
-
Las
Neo-darwinistas dicen: la causa por la que nacen unas jirafas con cuello largo
y otras con cuello corto es debido a las mutaciones que se producen en el ADN.
-
La teoría
que presentamos, que complementa la de Lamarck sin olvidar a Darwin y que
podríamos definir de “neo-lamarckismo” dice: Las jirafas con cuello corto no
alcanzaban al alimento pero desearon con todas sus fuerzas tener el cuello un
poco más largo para poder alimentarse. Ese deseo quedó grabado no sólo en los
campos energéticos de la Tierra en forma de deseo, sino también en los genes
que se vieron modificados. Este punto lo desarrollaremos a continuación
hablando de la epigenética. Y los descendientes que tuvo esa jirafa, incluso
antes de morir, mientras se alimentaba de las pocas hojas que quedaban a su
alcance, tenían el cuello un poco más largo, pues el deseo de los padres se vio
manifestado en la descendencia. La variabilidad de Darwin no se producía al
azar, sino dirigida por la fuerza del deseo grabada en los campos energéticos
de los que hemos hablado. Al final, la selección natural actuó favoreciendo a
los mejor adaptados.
Tras la
finalización del Proyecto Genoma Humano en
el 2003, los científicos se han dado
cuenta de que hay mucho más en las bases moleculares del funcionamiento celular, el desarrollo, el envejecimiento y muchas
enfermedades. La idea que se tenía hace pocos años de que los seres humanos y los demás organismos son sólo,
fundamentalmente, lo que está escrito en nuestros genes desde su concepción, está
cambiando a pasos agigantados, y la ciencia avanza para lograr descifrar el
lenguaje que codifica pequeñas modificaciones químicas capaces de regular la
expresión de multitud de genes.
La epigenética
reinterpreta conceptos conocidos y desvela nuevos mecanismos mediante los
cuales la información contenida en el ADN de cada individuo es traducida.
Concepto a concepto, se está descifrando un nuevo lenguaje del genoma e
introduciendo la noción de que nuestras propias experiencias pueden marcar
nuestro material genético de una forma hasta ahora desconocida, y que estas
marcas pueden ser transmitidas a generaciones futuras.
Dependiendo de
la intensidad con la que vivimos nuestras experiencias, éstas pueden quedar
grabadas en nuestros genes. El deseo, el anhelo verdadero, es fundamental para
imprimir esa intensidad necesaria que impregnará los genes.
Lamarck, al tiempo que formuló la evolución de la vida, propuso un mecanismo por el que ésta evolucionaría. Para Lamarck la naturaleza habría obrado mediante "tanteos": "Con relación a los seres vivos, la Naturaleza ha procedido por tanteos y sucesivamente", y su teoría podría sintetizarse en los siguientes puntos: las circunstancias crean la necesidad, esa necesidad crea los hábitos, los hábitos producen las modificaciones como resultado del uso o desuso de determinado órgano y los medios de la Naturaleza se encargan de fijar esas modificaciones.
Podemos
concluir, por tanto, que Lamarck había intuido parcialmente un campo de
investigación conocido hoy en día por la ciencia: el de la epigenética.
Según
la epigenética, las experiencias que un ser vivo tiene en un entorno dado
operan cambios profundos en las regiones periféricas del ADN (epigenéticas,
precisamente). Estos cambios contendrán información sobre los genes que se
activarán en un entorno determinado, para garantizar el desarrollo de los
caracteres fenotípicos más adecuados para la supervivencia.
En
un estudio reciente, se observó la transmisión de caracteres epigenéticos en el
gusano Caenorhabditis elegans (nematodo) en 14 generaciones, y es razonable
pensar que mecanismos similares funcionan incluso en seres humanos.
Gracias a la epigenética
sabemos que nuestras
propias experiencias pueden marcar nuestro material genético y que estas marcas
pueden ser transmitidas a generaciones futuras.
Pero todo empieza en esos
campos energéticos de los que hablamos.
En la rosacruz denominamos a
ese campo akásico o campo mórfico como “campo astral”.
Podemos decir que cada
pensamiento ocasiona un fuego, un deseo, en ese campo astral o mórfico.
Y a través de él, empiezan a
moverse las energías generadoras de vida, tradicionalmente llamadas éteres.
Es decir, la actividad
mental enciende el fuego astral y éste pone en movimiento al campo etérico o
campo vital, el cual reacciona liberando energías o éteres que penetran en el
organismo físico, en los órganos, en los fluidos y en la sangre.
Así es como se generan las
fuerzas que desarrollan las ideas y las materializan.
De la misma manera, en el
origen del universo existe un Propósito, una Idea que se puede equiparar a un
pensamiento.
Y como tal pensamiento
comienza su proyección como imagen.
Podemos observar ese
Pensamiento Universal en las Leyes de la Naturaleza, que es donde ha sido
grabado.
Los científicos, en su
empeño por descubrir las Leyes Universales que mueven toda la Naturaleza, se
acercan al Pensamiento Universal, origen de toda la Creación, origen de toda la
Evolución.
Conociendo las Leyes,
conocemos el Propósito último.
Y podemos afirmar que una
etapa de ese propósito sería el surgimiento de seres conscientes de sí mismos.
La autoconsciencia capaz de
reconocer la eternidad que se manifiesta en el tiempo.
Y, por encima de la consciencia
de sí mismo, el llegar a otros estados en los que, desde el ser individual, se
pueda ser consciente del Todo.
El resto, son detalles
accesorios que pueden conformar las formas en uno u otro sentido.
Para finalizar
Centrémonos ahora en la
estructura de un ser que ha avanzado en el proceso evolutivo. Centrémonos en la
estructura del ser humano, que se repite en casi todos los animales, a partir
de un momento determinado de la evolución: cabeza, tórax y abdomen.
La Enseñanza Espiritual
tradicional habla de tres santuarios: santuario de la cabeza, santuario del
corazón y santuario de la pelvis (o de la vida). Son, realmente, tres centros
importantes energéticos.
Al igual que alrededor de un imán se crea un
campo magnético, que se extiende a gran distancia,
alrededor de la cabeza (chacras de la pineal,
hipófisis y timo) se crea un campo mental, donde se manifiestan y residen los
pensamientos y la memoria. Está demostrado que éstos no residen en el cerebro.
Alrededor del corazón (chacra del corazón) se
genera un campo astral o emocional que alberga los sentimientos, deseos,
emociones.
Y alrededor del santuario de la vida (chacras del
plexo solar, órganos sexuales y sacro) un campo etérico, que vivifica todo lo
físico.
Aunque todos ellos son tan extensos, y además se interrelacionan con los
propios de la Madre Tierra, que aunque se forman en los tres santuarios
mencionados, en realidad envuelven a todo el cuerpo físico.
En nuestra Tierra, de la que todos nos alimentamos, también existen esos
mismos campos energéticos, que se extienden a gran distancia alrededor de la
Tierra, que son concéntricos, y sus focos se encuentran en el núcleo mismo del
planeta.
Y todo lo que ocurre en la Tierra queda grabado en los campos sutiles en forma de esencias, de núcleos de experiencias, de la misma manera que los pensamientos quedan grabados en el campo mental y los sentimientos y emociones en el campo astral.
Y todo lo que ocurre en la Tierra queda grabado en los campos sutiles en forma de esencias, de núcleos de experiencias, de la misma manera que los pensamientos quedan grabados en el campo mental y los sentimientos y emociones en el campo astral.
El recuerdo grabado en los campos energéticos de la Tierra es esencial para
que las formas se reconstruyan una y otra vez según la idea que las originó.
Puesto que todo se diluye y reconstruye a cada
instante, si no hubiese un almacén de memoria no existiría la posibilidad de evolucionar,
pues siempre estaríamos en el instante inicial.
De esa manera, todos los seres vivos, integrados en el
campo gravitatorio de la Tierra, están impregnados de ese Pensamiento Universal
que dirige la Evolución hacia una
Inteligencia Superior.
La divinidad podría definirse como la Fuente que
genera el Campo de los arquetipos a partir de los cuales surgirán las
formas.
La divinidad emite el pensamiento. Todo lo que viene
después es la manifestación del pensamiento.
¿Cuál es entonces el motor de la evolución?
El motor que Lamarck no acertó a explicar con suficiente criterio, al
hablar de la necesidad, de la función;
el motor que Darwin y los neodarwinistas intuían por la evidencia de las
observaciones, pero que era absurdo en cuanto a la necesidad de la intervención
del azar;
el motor que Stephen Jay Gould bautizó como la acumulación de tensiones que
conducían a saltos cualitativos;
es el mismo motor que podríamos definir como “la fuerza del deseo,
impulsada por un pensamiento”.
Todos estamos inmersos en un pensamiento. Todos deseamos ejecutarlo. Todos
contribuimos al proceso de la Evolución.
Las Leyes Universales marcan las reglas del juego. El deseo, que anima el
propósito de ejecutarlas, conduce a la reorganización de las formas para
ejercer su función de la mejor manera posible.
El Reino Mineral (definido por las ciencias espirituales como “reino”,
aunque no entra dentro de los cinco reinos definidos por la ciencia biológica),
aporta los materiales para la construcción de todos los seres vivos en el mundo
físico. Y, por ello, en sí mismo es perfecto.
Podríamos decir también que el Reino Vegetal ha llegado al máximo de su
perfección evolutiva.
Los vegetales están compuestos de un cuerpo Físico, visible por nuestros
ojos, y un cuerpo Vital o Energético, que lo anima.
Son seres perfectos que se alimentan de la luz del Sol, generando alimento
para sí mismos y para todos los animales.
Los animales avanzan un paso más en la Evolución y desarrollan, además, un
Cuerpo Emocional o Astral, un campo energético que alberga los deseos, las
emociones. También, en este sentido, llegan al máximo de su desarrollo. Vemos a
los animales, en general, integrados perfectamente en el desarrollo del planeta
Tierra, en las Leyes Universales que lo organizan.
En un siguiente paso, los humanos y algún otro grupo de animales,
desarrollan un cuarto cuerpo, formando así el Campo Mental, necesario para la
autoconsciencia.
Conclusión
¿Y cuál sería el futuro de la Evolución?
Con lo dicho, y conociendo las Leyes Universales, podríamos concluir que,
evidentemente la Evolución continuaría su progreso, en un futuro, hacia un
nuevo tipo humano, un nuevo reino. Es así como la Evolución podrá seguir su
curso, hacia un nuevo Campo Energético a partir de un Quinto Cuerpo.
Tanto la Ciencia como la Religión intentan
comprender las Leyes Universales que rigen el Universo.
Esta tarea es ardua y compleja.
Pues se trata de Leyes que proceden de otro plano de
existencia, manifestadas en nuestro mundo físico.
Necesitamos, para comprenderlas, elevarnos hacia
esos planos mentales superiores. Y, con ello, entraríamos en una nueva espiral
evolutiva.
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Apéndice
Para acabar este artículo quisiéramos rendir un
pequeño homenaje a Charles Darwin quien, al igual que Lamarck, fue o mal comprendido
o parcialmente interpretado. Pues es gracias a ellos que podemos avanzar en
esta Teoría sobre la Evolución de las Especies. Gracias a la suma de todos los
investigadores, de todos los que se han atrevido a lanzar sus teorías, aunque
no fueran completas. Nunca las teorías son completas y tampoco pretendemos que
lo sea la que ahora planteamos.
Leemos algunos
escritos de Darwin que suelen ser obviados:
«Probablemente
hay algo muy sublime en la concepción de que, en el germen de la vida que nos
rodea, el creador sólo insufló a pocas formas o únicamente a una sola forma,
tal como el hecho de que, mientras que nuestra Tierra se mueve en un círculo
según las leyes de la gravitación, de un comienzo tan modesto generó y genera
todavía un número infinito de formas de las más bellas y maravillosas»
Durante toda
su vida, Darwin sólo se había interesado, de hecho, «en el cómo» de la
evolución. Desde su punto de vista, el porqué sobrepasaba el entendimiento
humano.
Un día
escribió esto: «el secreto del comienzo de todas las cosas nos es inaccesible;
y, en lo que se refiere a mí, debo decidir permanecer siendo un agnóstico».
No obstante,
por su teoría, no sólo ha allanado el camino para una nueva y dinámica
concepción del mundo, sino que, además, fuera de toda duda, ha puesto la base
de una concepción totalmente nueva de Dios, de lo divino, aunque sin saberlo.
La tesis de
Darwin «the survival of the fittest», la supervivencia de los más aptos, se ha
interpretado muy rápidamente como «el más fuerte sobrevive». En realidad,
quería decir que solo sobreviven aquellos organismos que se adaptan en su
medio. De sus observaciones dedujo la «lucha por la existencia»; pero para él
esto no era una ideología.
La cooperación
y la simbiosis de los reinos vegetal y animal no le parecían menos importantes:
el 80% de las plantas viven en simbiosis con hongos.
Según Charles
Darwin, para el desarrollo futuro del género humano, la cooperación y la
trascendencia son mucho más importantes que la competencia y el interés
personal.
¡Una visión
verdaderamente pionera!
Él veía que el
amor, la comunidad, la empatía, la comunicación y la creatividad son los
componentes decisivos del desarrollo humano.
Escribió: «Las
aptitudes morales deben ser colocadas más arriba en la escala que las aptitudes
intelectuales. Y las características morales se desarrollan, directa o
indirectamente, por la influencia de los hábitos, de la razón, de la
instrucción y de la religión, más que por la selección natural”.
En su obra, El
Descenso del Ser Humano (1871), ya sólo se encuentran dos menciones a la
«supervivencia del más apto» mientras que la noción amor se encuentra 95 veces
y casi otras tantas veces expresiones como «afecto mutuo, ayuda recíproca y
simpatía».
Durante su
vida, Darwin no fue el defensor de una brutal maquinaria evolucionista por
medio de la selección natural y de la supervivencia del más fuerte.
Su mensaje es
que existe la esperanza en lo que concierne al destino superior del ser humano
en el futuro, llevado por lo más elevado y mejor que hay en él: el amor.
Mucho tiempo
después de su muerte, basándose sobre su teoría, unida al conocimiento de las
partículas elementales y a la micro-física, se ha desarrollado una nueva y
dinámica visión del mundo, de la humanidad.
Científicos
interesados por la espiritualidad y teólogos de vanguardia avanzan concepciones
que son aceptables para el ser humano de hoy, donde la imagen científica del
mundo concuerda con una nueva y noble imagen de lo divino.
Es interesante
observar cuántas de estas nuevas visiones del mundo coinciden, aunque sea sólo
en parte, con la enseñanza universal intemporal, en la que Dios obra en todo lo
que vive, englobándolo todo y a todos sin excepción alguna.
«Ser humano es
devenir humano, son las manifestaciones progresivas del Espíritu divino en el
mundo y en el ser humano». «La creación es un proceso incesante y no el evento
que ocurrió en un lejano pasado».
(Th.
Dobzhansky, biólogo evolucionista, neodarwinista)
«Cuanto más se
avanza en la vida, tanto más uno cambia. Cuánto más se cambia, más se muere.
Tal es la ley del devenir». (Teilhard de Chardin)
FUENTES
1. Charles
Darwin, Die Entstehung des Arten (La formación de los tipos).
2. David Loye,
«Darwin in Love – Die Evolutionstheorie in neuem Licht» (Darwin enamorado – La
teoría de la evolución bajo una nueva luz), Arbor, 2005
3. Pierre
Teilhard de Chardin, «Frühe Schriften» (Escritura temprana), Alber 1968.
4. Hans-Rudolf
Stadelmann, «Im Herzen der Materie - Glaube im Zeitalter des
Naturwissenschsften» (En el corazón de la materia – La creencia en la edad de
las ciencias naturales), Wissenschaftliche Buchgesellschaft 2004.
5. Mathias
Plüss, «Wass Darwin virklich meinte» (Lo que Darwin realmente pensaba), Das
Magazin, 2009/1.
6. Hans Küng,
«Existiert Gott?» (¿Existe Dios?), Piper 1978.
7. Pia Gyger,
«Hört die Stimme des Herzens,Werdet Priesterinnen und Priester der kosmischen
Walndlung» (Escuchen la voz del corazón, háganse sacerdotisas y sacerdotes de
la Transformación cósmica), Kösel 2006.
8.
Rupert Sheldrake, Una nueva ciencia de la vida.
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